Me sorprendió mucho que Lihuén quisiera recibirme en su casa sin previo aviso y después de lo cortante que he sido con ella en los últimos meses. Entiendo que es una actitud muy común la que tomé, después de todo a nadie le gusta que le hagan ver una verdad que simplemente no quiere aceptar…pero el hecho de que estuviera dispuesta a escucharme es algo por lo que siempre le estaré agradecida.
La charla empezó un poco forzada, había tantas cosas qué decir y tantas cosas que era difícil pronunciar…aunque al poco rato la conversación era más fluida, casi como en los viejos tiempos en que no me separaba de ella, como cuando llegué a la feria y ella me ofreció su amistad sin hacer muchas preguntas.
Hacia tanto que no estaba en su remolque, que no probaba su café ni su pan de miel. No voy a mentir, hay una razón de trasfondo por la que busqué a Lihuén. Si bien me hacen mucha falta su amistad y su apoyo, también necesito que esta vez me resuelva una pregunta que le hice hace mucho tiempo y que entonces la respuesta estaba más allá de su alcance o de mi entendimiento. De cualquier forma extrañaba estar ahí, entre sus cuadros hechos con flores secas y sus pergaminos con símbolos extraños. He pasado tanto tiempo sentada ante esa mesa suya de manteles oscuros que me es inevitable sentirme tranquila y en confianza. Aunque nuestras situaciones son muy distintas ahora, ese olor a incienso de jazmín me recordó todas las pláticas que hemos tenido justo ahí al lado de esas cortinas vaporosas que, en su fragilidad, nos daban el refugio perfecto del resto del mundo en ese momento. Definitivamente me hizo sentir muy bien estar en casa de mi amiga quien me tendió los brazos en cuanto se dio cuenta de que era yo la que tocaba a su puerta como solía hacerlo tiempo atrás.
- “Justo en ti pensaba hace un momento, mi escurridizo pajarraco…¿Qué has estado haciendo, dónde te has metido?”, dijo Lihuén con una suave sonrisa como tratando de hacerme ver que todo estaba bien entre nosotras y me sirvió un poco de café.
- “Pues no mucho, sigo sin tocar una sola nota y todos los días se me acalambran las manos por lo mucho que extrañan los tambores”, respondí con la mirada baja y seguí, “…hoy estoy tranquila, venía regresando de mi recorrido por el Laberinto de Cristal cuando vi tu luz prendida y decidí pasar a saludar, qué bueno que te encontré despierta…¿Tú cómo estás?”.
- “¿Ah sí, regresaste al Laberinto? Me alegra saber que estás recuperando esa costumbre. Yo estoy bien, no ha habido grandes cambios aquí desde la última vez que platicamos…sigo haciendo consultas y obsesionándome con la limpieza, no estoy ni más rica ni más pobre, ni más loca ni más cuerda”, afirmó Lihuén riéndose mientras apartaba los caracoles que había esparcidos en la mesa todavía después de su última consulta.
- “Extrañaba estar aquí, Lihuén, por favor discúlpame por haber sido tan grosera contigo, no era mi intención”, balbuceé mientras jugaba con algunas semillas del montón que había junto a mi taza.
- “No te preocupes, Fénix, yo sé que no eres así…pero ahora no hablemos de cosas tristes, mejor dime qué fue lo que viste en el Laberinto hoy”, contestó la adivina, tomó las semillas de mi mano y continuó, “…y ya sabes que no es buena idea jugar con las cosas en la mesa”.
- “Cierto, perdón, eso de mezclar destinos, ¿Verdad?...lo había olvidado”, dije apretando los labios en un gesto de inocencia, guardé silencio un momento en lo que encontraba las palabras correctas para lo que quería decirle a mi amiga y cuando por fin las hallé, sin pensarlo dos veces pues podría arrepentirme, pronuncié, “¿Lihuén, recuerdas que alguna vez tiraste las cartas para Dalibor y para mí? Sé que pudiste interpretar lo que te dijeron, eres la mejor adivina que conozco, sé que eso que viste no me iba a gustar y por eso no me lo dijiste pero creo que necesito saberlo ahora por más miedo que tenga”.
- “Sabía que me preguntarías eso algún día”, respondió Lihuén mordiendo sus labios, se detuvo para tomar aliento y siguió, “Amiga, sabes que no me gusta dar malas noticias, yo no controlo absolutamente nada de lo que dicen las cartas pues soy sólo su intérprete. He de confesar que al verte tan desolada en estos últimos meses me arrepentí de no haberte dicho lo que vi con mi Tarot en aquél tiempo pero yo lo que quería era que le dieras una oportunidad al amor, no sabía que se iban a poner tan mal las cosas. Estabas tan encerrada en la idea de que ya no querías a nadie para compartir tu vida que en mi infundado optimismo pensé que Dalibor te haría cambiar de parecer…y lo hizo, mas el precio fue demasiado alto. Esa soledad te estaba amargando mucho, nena, yo no podía permitir eso…pero ahora la que pide disculpas soy yo por haber decidido por ti”.
- “¿Qué fue lo que te dijo el Tarot, Lihuén?”, exclamé en un tono más enérgico. No sabía cómo sentirme, por un lado sentía que mi amiga me había ocultado algo importante y la confianza que le tenía de pronto se volvió algo muy frágil; y por otro, no podía estar enojada con ella pues sus intenciones no eran malas, ella sólo quería verme feliz.
- “Me dijo que Dalibor no sería con quien te casarías…es todo”, confesó la adivina bajando la mirada. Levantó la cabeza y me miró directo a los ojos ahora un poco enfurecidos…”pero te prometo, Fénix, que nunca pensé que sufrirías tanto, pensé que sería una relación pasajera que te devolvería la fe en el amor y que quizás después de él querrías buscar a alguien que tuviera tus mismos intereses”.
Estaba furiosa pero no con Lihuén aunque eso parecía. Estando en una situación como la mía uno busca culpables hasta debajo de las piedras con tal de no aceptar su propia responsabilidad en su propia perdición. Era obvio que Dalibor y yo no teníamos los mismos intereses, eso se vio desde el primer momento en que tuvimos una relación, no era ningún secreto. Que no me casaría con él…bueno, eso creo que ahora sería el más positivo de los resultados dentro de la inmensa oscuridad en la que estoy sumergida. Si no me caso con él significaría que por fin aceptamos que no somos el uno para el otro, que estamos mejor separados y que podemos tener una vida cada uno por su lado…pero, ¿Y cómo sucederá eso, acaso tendré el valor para decirle que no lo quiero más en mi vida como lo he venido pensando desde hace tiempo? Por como me siento ahora he de confesar que no veo cómo pasaría tal cosa, ni siquiera puedo decirle que no quiero compartir más una mesa a la hora de la comida. ¿Y si la decisión no viene de mí?
Pasé un rato viendo mi reflejo en el café dentro de mi taza. Sé que el café que prepara Lihuén es especial, que ella puede ver muchas cosas dentro de él. ¿Pero qué nos puede decir una taza de café que no sepamos ya? Al menos para mí que no tengo el don de ver el porvenir la respuesta no es tan obvia. Yo sólo veía mi presente, ese rostro maltratado y pálido con las ojeras marcadas por tantas noches en vela…¿O acaso era ese mi futuro? Bien podría serlo si me quedo donde estoy, ciertamente no es como si las cosas entre Dalibor y yo fueran a cambiar, eso lo había aceptado ya.
No importa, yo me sentía bien de haber reanudado mi amistad con la adivina y ahora que no había secretos ni pesares entre nosotras podía contar con ella como lo hacía antes. Platicamos hasta entrada la madrugada y la pasamos muy bien, le conté lo que había visto en el Laberinto aquél día, extrañaba nuestras risas. Me hizo sentir tan a gusto que ni siquiera me agobiaba el hecho de que lo más seguro era que Dalibor ni siquiera me estuviera esperando en casa. Tenía a mi amiga de regreso.