El día de hoy fue particularmente difícil levantarme de la cama. Sentía el cuerpo roto, mis piernas parecían pesar una tonelada, mi cabeza retumbaba tanto que ni siquiera me dejaba pensar, mis oídos zumbaban, mis manos y mi visión temblaban, las náuseas eran insoportables, tenía un nudo en la garganta que no me permitía respirar bien pues sentía que era tan grande que también me oprimía el pecho…creo que mis emociones se manifestaban físicamente.
Estuve recostada por horas esperando que pasaran mis malestares, eso había funcionado en los últimos días pero hoy era diferente y lo único que quería era quedarme bajo las cobijas…aunque había un problema, hoy era la celebración de la centésima función del número en el que actuaba Dalibor, así que no sólo debía levantarme sino que estaba obligada a arreglarme impecablemente y salir de casa para tal faena.
Como pude tomé fuerza y me puse en pie, caminé hacia la regadera y dejé el agua correr unos segundos antes de intentar meterme. El tiempo parecía escaparse muy rápido, la luz ya era la del ocaso y yo batallaba y tardaba demasiado en completar las tareas más simples, como el tomar una ducha. Salí del baño, me puse algo de ropa e intentaba cepillarme el cabello, sólo que me agotaba mucho el estar parada así que tomaba unos minutos para sentarme a descansar frente al tocador mientras me arreglaba. No entendía por qué estaba tan exhausta.
Al entrar el arlequín al remolque me vio sentada en la banquita frente al espejo, todavía sin maquillar, apoyando los antebrazos sobre las piernas y con la cabeza baja. Pensé que iba a enfurecerse porque yo no estaba lista aún pero al contrario, me ayudó a llegar a la cama de nuevo y me recosté.
Casi quedándome dormida le expliqué a Dalibor lo mal que me sentía. También le dije que si él me lo pedía iría a la celebración a pesar de eso pues quería estar con él. Sólo vi cómo hacía una mueca con la boca y me respondió dulcemente que no era necesario, que sus amigos estarían ahí y que regresaría a casa más temprano para celebrar conmigo. Cerré los ojos y escuché cómo salió de casa. No podía evitar sentirme culpable, es una celebración importante.
Entre sueños me decía a mi misma que debía levantarme e ir a la zona de comida en donde se llevaba a cabo la fiesta más no lo logré…de haber sabido lo que vendría después sin duda me hubiera esforzado más. Lo que parecieron segundos después escuché la puerta del remolque azotarse, era el arlequín que regresaba del festejo…
- “¿Sigues ahí? ¡No puedo creer que ni siquiera te hayas cambiado de ropa en todo este tiempo!”, dijo Dalibor recién me vio en la misma posición en la que me había dejado.
- “Intenté levantarme pero no pude…”, le respondía pero ni siquiera me dejó terminar la frase.
- “¡Clásico…no se puede contar contigo para nada!..”, gritaba el arlequín sin control. Yo estaba perpleja por su actitud.
- “…pero si me dijiste que no era necesario que yo fuera, que estarían tus amigos ahí…”, le dije mientras hizo una pausa entre sus gritos aunque era obvio que no quería escucharme.
- “¡No fue ninguno de mis amigos, Fénix, ni tú…me sentí abandonado!”. La ira en su mirada era notoria. Yo no sabía qué decirle ni cómo arreglarlo, me sentía mal por él. Siguió…“¡No me importa si todo el mundo me deja solo, así me iré a celebrar!”.
- “Voy contigo”, afirmé mientras me ponía de pie lo más rápido que pude a pesar de los mareos.
- “¡No, no te quiero conmigo ahora! ¿Te sientes muy mal, no? ¡Tú te quedas aquí a hacer lo que mejor haces para la relación…nada…es eso lo que ofreces!”, gritó el arlequín mientras me empujaba de vuelta a la cama y azotó la puerta a su salida de casa.
Me levanté de nuevo, me puse los primeros zapatos que hallé bajo la cama pues mis lágrimas no me dejaban ver más allá de mi nariz y salí lo más rápido que pude pero ya había desaparecido. Di una vuelta por la feria más ya era tarde y la mayoría de los trabajadores estaban ya disponiéndose a dormir. Decidí visitar la taberna del pueblo, sólo había una abierta a estas horas y como había olido alcohol en el aliento de Dalibor varias noches supuse que podría estar ahí. Me armé de valor y fui hasta allá más no lo encontré. Los pueblerinos me veían raro, susurraban a mis espaldas, no entendí por qué.
Regresé a casa derrotada, sintiéndome peor que nunca, no olvidaba lo que me había gritado. ¿De verdad eso pensaba de mí o sólo estaba muy enfadado? Me cambié de ropa, me senté en la cama a esperarlo aunque esta vez dudaba si iba a regresar siquiera. El silencio y la ansiedad eran insufribles. Quería noticias de él, las que fueran…nada llegaba, sólo pasaban las horas.
El nudo en la garganta parecía ahogarme para entonces. Estaba agotada, desesperada, el solo pasar de los minutos dolía como no lo había vivido antes. No podía llorar más, no podía cerrar los ojos de lo hinchados que los tenía, me pasaban miles de ideas por la cabeza…necesitaba hablar con alguien.
Volví a salir del remolque para encontrarme con una noche estrellada y hermosa como en las que solíamos pasear Dalibor y yo antes de que nos alcanzara esta situación terrible en la que estamos. El constante chirrido de los grillos, que antes para mí eran una canción de cuna, me ponían melancólica y me desesperaban aún más. ¿No es extraño lo que extrañamos de la pareja cuando no está con nosotros? Preferiría mil veces estar escuchando sus incesantes ronquidos al rítmico cantar de la naturaleza en este momento. Me abracé para protegerme del frío y me dirigí a la tienda de Layla, sabía que ella me ayudaría.
No tengo idea de la expresión que yo tenía cuando llegué con mi amiga, ella sólo corrió la puerta de la entrada, me vio con angustia y me sentó a la mesa. Me dio una taza de té y se sentó a mi lado esperando a que yo empezara a hablar. No sé cuánto tiempo pasé con la mirada clavada en la taza, veía mi reflejo pero no me reconocía en tal. Por mi mente no pasaban más ideas, las habían reemplazado un zumbido, un vacío y un pesar indescriptibles. Le conté a Layla lo que había sucedido más no sé cuán coherentes fueron mis palabras.
Ella sostuvo mi mano mientras terminé mi té, me llevó hasta su cama donde me arropó y se sentó a mi lado como si pretendiera velar mi sueño. Pasé mi mano por su espalda y levanté las cobijas invitándola a arroparse también. Con los ojos cerrados le conté la historia de mi vida, mi pasado, mi presente, mis más grandes temores y mis ya inalcanzables sueños, mis ilusiones, mis rencores, mis alegrías y decepciones…hablé hasta que el nudo en la garganta parecía disiparse y ella escuchó atentamente compartiendo sonrisas, lágrimas y frustraciones.
Esa noche en la cama de Layla me sentí amada y apoyada como nunca antes. Al tocar mi piel ella lograba transmitirme ese calor que Dalibor me había negado tanto tiempo. Con un beso me hizo sentir que su promesa de estar a mi lado siempre era real y no sólo palabras al viento como en muchos otros casos. Sus brazos fueron un oasis entre tanto caos a mi alrededor, el ojo del huracán.
Si lo que hicimos esa noche estuvo bien o mal no sabría decirlo, lo cierto es que el ver el amanecer sus ojos me dio el aliento que necesitaba para no dejarme caer como antes. Ahora tenía algo por qué salir adelante, un propósito…y era salir de ahí con ella.
- “No tienes que regresar a buscar a Dalibor, ¿Sabes?”, dijo Layla acariciándome el cabello y continuó,“Podrías quedarte aquí conmigo hasta que partamos”.
- “Sólo quiero asegurarme de que está bien y quizás recoger algunas cosas”, respondí mientras me levantaba de la cama para volverme a vestir.
- “Fénix, hay algo que quiero decirte desde hace tiempo…”, comentó la caricaturista mordiéndose los labios...,“Te…”.
- “No lo digas, cada vez que se pronuncian esas palabras pasa algo para que nos arrepintamos de haberlas dicho”, la interrumpí y seguí, “…pero yo también”.