“¿A quién quiero engañar? No podré dejarlo”, fue mi primer pensamiento del día después de una noche de ensueño con Dalibor. Me sentí terriblemente mal al darme cuenta de esa realidad, débil, conformista. No dejaba de pensar en que me había traicionado a mí misma al dejar que el Arlequín me envolviera de tal manera otra vez…y Layla, mi incondicional compañera y cómplice, ¿Cómo iba a decirle tal noticia? ¿Qué hará ella…me odiará, sentirá pena por mí, me perdonará algún día? No quiero ni imaginarme su reacción, tantos planes, tantos sueños que se escurren como arena entre los dedos por mi cobardía. Quiero desaparecer, la angustia de lastimar a alguien a quien quiero tanto me ha atado un nudo en la garganta. Algo me grita que huya con ella pero estoy paralizada, siento que el recuerdo de lo que era mi relación con Dalibor y la esperanza de que vuelva a ser lo que fue han convertido mis piernas en plomo inmovilizándome completamente. Cómo desearía que el tiempo se detuviera, pero lamentablemente no es así, el tiempo sigue corriendo y yo debo contarle a Layla lo que pasa pues se acerca la hora en que me comprometí a verla en el Laberinto de Cristal.
Con más nervios que ganas de salir de casa me dirigí a la tienda de la caricaturista. Es abrumador cómo cada rincón al que volteo en el camino me trae un buen recuerdo de ella. No quiero perderla pero no puedo mentirle, significa demasiado para mí. Miles de recuerdos se me vienen a la mente a cada paso que doy rumbo a su casa. Esa empatía, esa dulzura, esa complicidad…¿Por qué huyo de eso, acaso mi relación con el Arlequín me ha dañado tanto que pienso que no lo merezco o me ha convencido de que no existe? El estruendo habitual de la feria se difuminaba entre tantos pensamientos. Ese olor a polvo, mantequilla, óxido y azúcar me era tan familiar y sin embargo todo parecía diferente…hoy era el día en que dejaría ir toda oportunidad de escapar de la situación en la que estaba rindiéndome por completo a lo que yo creía era mi destino, el día en que una absurda devoción le ganaría a una auténtica entrega y el día en que lo más que se podía ganar era un corazón roto y otro hecho trizas.
No me urgía llegar a la tienda pues sabía a lo que iba. Me armé de valor, corrí la puerta y entré llamándola más la caricaturista no estaba en casa. Me partió el alma ver el interior de su tienda. El centenar de máscaras tipo veneciano estaba perfectamente acomodado al lado de una valija con algo de ropa, las acuarelas apiladas por tamaño, los botes de pintura sellados…era obvio que estaba lista para marcharse. Tomé un trozo de papel y uno de sus tinteros para dejarle una nota:
“Layla, vine a buscarte pero no te encontré. Tenemos que hablar. Te veo a la entrada del Laberinto de Cristal cuando empiece el número del Arlequín…Perdóname, por favor. – Fénix”.
Salí de ahí aún más intranquila de como había llegado, con ese sentimiento de ansiedad que es una tortura. Caminé hasta mi rincón secreto detrás de la carpa de juegos de destreza y me senté sobre las hojas lo que pareció una vida entera hasta que entre lágrimas me di cuenta de que la luz cambiaba para caer la noche. Un redoble de tambores anunciaba a los visitantes del parque el próximo comienzo de la función en la pista principal…la hora de ver a Layla había llegado.
Al llegar a mi atracción favorita vi a Layla sentada en las escaleras de la entrada, sentí que mi corazón se detenía un momento. Su cara parecía perturbada, en una mano tenía un cigarrillo y en la otra una rosa morada…el pecho se me hundía. Suspiré, cerré los ojos un par de segundos y caminé hacia ella. Al verme sonrió y se puso de pie, yo le correspondí la sonrisa aunque no pude mantenerla el mismo tiempo que ella, nos saludamos, la abracé como si fuera el último abrazo que le daría, la besé y tomé su mano para dirigirla a un lugar en donde pudiéramos hablar sin interrupciones.
Nos internamos en el bosque de espejos del Laberinto de Cristal pero yo tenía uno en particular en mente, el espejo de luz y sombras que estaba en uno de los pasillos sin salida del Laberinto, casi nadie lo visitaba pues era difícil llegar a él y era perfecto para pasar un momento a solas. Llevé a la caricaturista hasta aquel espejo de efecto tan especial, parece que la mitad del reflejo está en penumbra mientras que la otra mitad reluce. Nos sentamos frente a él de manera que Layla quedara del lado iluminado y yo en las sombras, no tenía el valor de ver mi reflejo en ese momento…y después de tomar aliento varias veces, ella se adelantó a hablar.
- “Toma, encontré esto para ti en el pueblo…¿Recuerdas nuestra conversación sobre lo predecible que era que te regalaran rosas rojas?”, dijo la caricaturista mientras me extendía la rosa morada que tenía en su mano. Trataba de aligerar el ambiente, sonreía más su semblante era el de entera preocupación. Tomé la flor, bajé la mirada y rompí en llanto. Ella continuó, “Recibí tu nota, Fénix. ¿Qué pasa?”.
- “Layla, no sé cómo decirte esto…”, balbuceé, bajé la mirada al suelo y apreté los labios. No me salían las palabras. Cuando regresé la mirada noté que ella tenía lágrimas en los ojos. El zumbido en los oídos que se siente cuando la situación es tan tensa y dolorosa me distraía, me tomó algo de tiempo poder continuar la frase, “…pero no puedo irme contigo”.
- “¿Pero por qué, qué cambió de ayer en la noche para acá que no quieres salir de aquí?”, preguntó en tono de frustración, tomó mi mano y buscaba mi mirada más yo la evitaba a toda costa, me sentía tan avergonzada…después de una pausa y en un tono más calmado siguió, “¿Qué te prometió ese Arlequín, con qué palabras te convenció de que te quedaras con él? Porque eso son, palabras, y lo sabes”.
- “Por favor, Layla, no tengo una explicación, no entiendo por qué quiero quedarme con Dalibor, lo único que sé es que sigo enamorada de él a pesar de todo”, le respondí. Mi estómago parecía voltearse al revés, tenía náuseas, frío. Pasaban miles de pensamientos por mi mente y sin embargo no podía articular palabra alguna. Quería pedirle perdón, quería gritarle que también estaba enamorada de ella, quería pedirle que me obligara a irme con ella pues yo no tenía el valor de hacerlo por mí misma, quería agradecerle por el tiempo juntas, por regresarme mi fe y mi sentido del ser, quería decirle tantas cosas…pero de mi boca no salió más sonido que el del sollozo que se ahogaba en la oscuridad de aquél reflejo que no me atrevía a contemplar.
- “¡¿Y qué hay de mí, qué hay de lo que yo siento por ti, Fénix?!”, exclamó la caricaturista mientras apretaba mi mano. Me puse de pie y ella hizo lo mismo sin soltarme en ningún momento. Yo estaba mareada así que me ayudó a recargarme en el espejo para mantener el equilibrio dejándome del lado de la luz y quedando ella en la penumbra, me tomó del brazo y susurró, “…no hagas esto, por favor”.
- “Layla, no puedo…”, dije en voz baja, con mi mano libre tomé su hombro y le di un beso de sal como el único que pueden darse dos personas con el rostro cubierto en llanto. Traté de liberar mi brazo de su mano pero la presión que hacía era considerable. Tomé aliento y continué, “No quiero lastimarte más, aléjate de las personas rotas como yo”.
De un giro me liberé y salí de ahí lo más rápido que pude sin voltear atrás.
Escuché a Layla gritar mi nombre mientras corría para tratar de alcanzarme, fue desgarrador el sentimiento culpa, vergüenza y dolor que me invadía pero no podía volver, no si el estar conmigo la iba a herir tanto por tener que lidiar con mi miedo e indecisión. Yo no puedo darle lo que me pide, lo que merece, lo que es apenas justo por lo que ella me ha dado. Nadie conoce el Laberinto de Cristal como yo que he repasado una y otra vez cada uno de sus rincones así que escabullirme y desaparecer de su vista no fue tan difícil…lo duro fue seguir en curso cuando sabía que la estaba perdiendo y lo que quería era no dejarla ir.
Al regresar a mi casa Dalibor ya estaba esperándome…y sorprendentemente había preparado la cena. Escondí la rosa con mi cuerpo al entrar al remolque y con el pretexto de que iba a lavarme para comer aproveché para esconderla dentro de un libro de ritmos al que el Arlequín jamás se acercaría pues es analfabeta musical. Enjuagué mi cara, me senté a la mesa tratando de guardar la compostura aunque la tristeza me carcomía por dentro y usé mi mejor sonrisa de escenario para tener una conversación con quien me había costado, quizás, el amor verdadero que tanto buscaba y que tanto miedo me dio mantener.
- “¿Cómo estuvo tu día?”, le pregunté a Dalibor tan pronto el nudo en la garganta me lo permitió.
- “Bastante difícil...¿Sabes lo que es conseguir un buen trozo de cordero en este pueblo?”, dijo con seriedad absoluta y siguió, “¿Tú qué hiciste?”.
- “Fui al Laberinto de Cristal un buen rato”, respondí algo cortante y tomé otro bocado para no tener que elaborar más en mi comentario.
- “Fénix, me dijeron hoy que sigues viendo a la caricaturista. Te he dicho que no me gusta esa mujer…”, decía el Arlequín antes de que lo interrumpiera.
- “…No te preocupes, haré lo que me pides y no volveré a verla”, afirmé mientras sentía que mi corazón se encogía, con los recuerdos del olor a pintura, la mirada de Layla, el sabor de su piel, el calor de su cuerpo, su voz gritando mi nombre…y el sonido que produjo el libro al cerrarse con la rosa morada dentro.
Creado por Fénix del Laberinto Cristalino en colaboración con Layla de Blackspecchio. ¡Blackspecchio bienvenido a la blogósfera, un fuerte aplauso!