Siempre he disfrutado mucho la hora del baño, la considero como un tiempo exclusivamente para mí en medio de tanto ajetreo...y aunque a veces ese oasis se convierta en una sesión de llanto al no tener que esconder mi dolor de nadie más, me agrada el hecho de estar sola con mis pensamientos y tratar de ordenar mis ideas. Así pues, esta vez cuestionaba mis decisiones. “¿Realmente decidí tomar este camino o sólo dejé que sucediera al no hacer nada por evitarlo?...¿Y si me equivoqué al escoger a Dalibor sobre Layla?...¿Podré deshacer alguna vez el dolor que causé?...¿Y mi dolor será más llevadero algún día?...” era lo que pensaba mientras frotaba mi vientre algo abultado bajo el agua tibia. Según el dicho el tiempo lo cura todo, pero definitivamente se dice más fácil de lo que realmente se tiene que pasar. Diría que por primera vez en mi vida tomé la decisión lo más racional posible pero sería un engaño. Mi corazón volvió a ganar tomando al Arlequín como compañero sabiendo que no soy feliz con él...y como lo he dicho antes, estoy tan empeñada en no dejarlo que pienso que sólo muerta saldré de esa relación. Al cesar el correr del agua todo vuelve a la normalidad, el coro de escobas húmedas, el olor a café, el correteo de los niños por entre los remolques, las mismas náuseas, la pesadez y el inmenso vacío que siento y el cual sólo Layla sabía llenar...todo igual y de la misma manera en que se ha hecho siempre, como “debe ser”.
Salí del baño sin prisa alguna mientras trataba de recordar la fecha. Últimamente me cuesta trabajo diferenciar un día de otro y hoy no era la excepción. Entro a la recámara sólo para ponerme algo de ropa lo más apresuradamente posible pues la ausencia de Dalibor se ha vuelto insoportable. Quiero pensar que él ha empezado la jornada sumamente temprano y ni siquiera lo sentí levantarse...pero su lado de la cama en completo orden cuenta otra historia. El terror de vivir mi vida sin el Arlequín es tan incomprensiblemente grande que trato de justificar cada mentira, cada maltrato y pretender que todo cambiará pronto, que será como antes...tal vez para evitar el “qué dirán”, pero aquí todos lo conocen y todos ven cómo están las cosas...si dicen algo lo dirán de mí por engañarme a mí misma. Me hiere un poco si piensan eso de mí, es cierto, pero es que ellos no entienden porque no están dentro de mi relación, no saben lo que pasa a ciencia cierta. Ni yo lo sé...o, mejor dicho, me niego a aceptarlo. “¿Por qué me siento tan sola si estoy con él?”, me preguntaba todo el tiempo...pero el miedo a resignarme a la obvia respuesta no me permite salir de este círculo vicioso.
No quise averiguar si Dalibor estaba en ensayo ni asomarme a la tienda de Layla para ver si había señales de ella, así que cuando salí de mi remolque me escabullí por detrás de las atracciones para que nadie me viera dejar la feria y se le ocurriera preguntar a dónde me dirigía. Armada de valor emprendí camino hacia el hospicio, ese lugar horrible a donde me había llevado Lihuén para ver a un doctor que podía “ayudarme”. Tenía tantas cosas en la cabeza que ni siquiera me importaron las miradas prejuiciosas de los habitantes del pueblo, quienes al sólo verme susurran entre ellos palabras venenosas...aunque bueno, no deja de ser incómodo ser el blanco de sus chismes sin razón aparente. El hospicio no se veía tan intimidante esta vez, quizás porque mi mente estaba ocupada en otras cuestiones. Al alcanzar la enorme reja del lugar y golpear para anunciar mi presencia se aparecieron varios niños con miradas inquisitivas atentos a mis manos para ver si cargaba alguna caridad para ellos. No se me había ocurrido empacar mucho, así que les di sólo un par de ciruelas que había encontrado en el camino y a una de las niñas le regalé el pañuelo que llevaba puesto. Para mi sorpresa, aceptaron mis regalos como si valieran su peso en oro y alegremente me llevaron hasta el pabellón donde se encontraba el doctor atendiendo un paciente, una mujer desaliñada y malnutrida apenas consciente.
Me quedé atenta observando cómo el doctor ayudaba a esa mujer y quede impresionada. He conocido muchos doctores que se hubieran negado a atenderla por su hedor exclusivamente, pero él la trató con tal dignidad y respeto que todo el nerviosismo que traía conmigo desapareció. En cuanto terminó de curar sus heridas, la dejó descansar en uno de los catres del pabellón y fue entonces cuando me saludó:
- “Buenos días”, dijo apaciblemente.
- “Buenos días...”, contesté, todavía impresionada por su actitud.
- “¿En qué puedo servirle?”, preguntó con una sonrisa.
- “Doctor, quería pedirle que me ayude con mis malestares...”, empecé a explicar cuando él me interrumpió.
- “Sí, te recuerdo, eres amiga de la adivina. ¿No ha mejorado en nada tu condición?”, replicó.
- “De hecho a empeorado, las náuseas son más fuertes, los dolores de cabeza...”, decía mientras me llevaba a otra de las habitaciones del hospicio...
Me revisó sin decir una sola palabra, con actitud seria pero amable...y después pronunció las palabras que marcaron mi vida a partir de ese momento: “Pues tu vientre sí lo siento medio ocupado, estás embarazada...de hecho, está ya algo avanzado tu embarazo, si tuviéramos el equipo necesario podríamos escuchar su corazón, tendrás entre 8 y 10 semanas ya de espera”.
Sentí que el mundo se paralizó. Me sentía alegre pero aterrorizada, después de todo las cosas entre Dalibor y yo no estaban tan bien como yo quisiera. “A lo mejor ésto es lo que él quiere y se arreglan las cosas, siempre insistió en tener hijos”...”¿Pero y si no lo quiere?”...”No tengo cómo mantenerlo, apenas regresé a trabajar en la feria y hasta la fecha me habían dejado permanecer ahí por simpatía”...”¡Voy a tener un bebé!”...”Y si no está bien mi hijo y por eso me siento tan mal?”...todo eso pensé mientras estaba acostada en esa vieja mesa de exploración.
Después el doctor rompió el silencio con otra frase que heló mi sangre instantáneamente: “Pero esto que estás sintiendo no me gusta, además de que esta descarga no debiera estar aquí...es un embarazo de alto riesgo, debes permanecer en cama al menos un mes y esperemos que se arregle”. Hizo una pausa bastante larga y al fin expuso, “yo puedo ayudarte si las cosas no se arreglan, si crees que tu hijo va a sufrir...o si piensas que es más un pesar que una alegría. Piénsalo, prefiero que me lo pidas a mí a que vayas con agentes de la muerte que no saben lo que hacen y no les importa, como lo hizo aquella mujer del pabellón...la dieron por muerta y la abandonaron en un depósito de fertilizantes para la siembra. La encontramos apenas”.
Salí de ese lugar con una confusión terrible. Quería reír, quería llorar, quería esconderme, correr a los brazos de Dalibor, huír...pero también estaba emocionada. ¡Un bebé! Sería mío para amar, cuidar y educar, acompañar y también para avergonzar a su pesar. No importa si el Arlequín no lo quiere, este niño tendrá todo el amor que se le puede dar a una persona desde que está en el vientre materno. A la primera que el conté la noticia fue a Lihuén cuando regresé a la feria. Se emocionó tanto que dejó caer la escoba que traía en las manos para tomarme el vientre con las dos manos y pegar su oreja a mi piel, como si quisiera que el bebé mismo le dijera que estaba ahí. Después de contarle lo que dijo el doctor me pasó a su casa para descansar. No paraba en atenciones para conmigo y entre risas escogíamos un nombre para el bebé...que yo estaba segurísima de que era un varón. Me sentí muy bien con ella pero conforme pasaba el tiempo llegaba la hora del almuerzo y por lo tanto la hora en que tendría que ver a Dalibor y explicarle mi condición. Al poner pie fuera de la casa de la adivina me dijo ella que tendría todo su apoyo en “cualquier caso” y puso una cara de seriedad tan inesperada que me dejó intrigada.
Ensayaba las palabras que iba a decirle a Dalibor durante el almuerzo mientras cocinaba. Un poco de sopa, pan y fruta calmaría su humor si es que no tomaba bien la noticia...o eso quería creer. Siempre pensé que cuando estuviera esperando un niño sería una época feliz, sin dudas, sin remordimientos...supongo que no todo es como nos lo cuentan de pequeños. Preparé una comida sencilla pues no quería, y no debía, estar tanto tiempo de pie frente al fogón. Me recosté un rato para descansar los ojos y pensar en qué le iba a decir al administrador de la feria cuando no pudiera asistir a tanto exhaustivo ensayo después de que me dejó quedarme en la feria por puro afecto. Me daba un poco de vergüenza la situación, pero qué más da si tendría a mi bebé en pocos meses. “¡Ay, hijo, qué puntería tienes!”, le dije a mi bebé a quien yo me imaginaba carcajeándose dentro de mi vientre, “...no sé por qué escogiste justo ahora para venir pero todo estará bien, lo prometo”.