Al iluminar la cama el rayo de sol que me despierta todas las mañanas fue que me di cuenta de que la noche se había convertido en día sin que yo hubiera podido conciliar el sueño. Sentada en la cama observando cómo cambiaba la luz fue que recibí el nuevo amanecer. El Arlequín no llegó ayer tampoco. ¿Estaba triste, furiosa, ansiosa o siquiera sorprendida? No. No había señal de llanto en mi rostro hoy, creo que por primera vez en meses. No había dormido pero tampoco había tales marcas de angustia y desesperación tan conocidas por mí. Había comida rancia en la mesa como tantas mañanas pero no había esperado vestida con la misma ropa del día anterior a que fuera consumida. No entendía lo que pasaba. “¿Por fin ha sucedido, me he resignado o he dejado de sentir?”, pensaba una y otra vez sin tener una respuesta concreta.
Podía escuchar cómo mis compañeros empezaban el día a mi alrededor. La fiesta del equinoccio se acerca y todos están muy atareados planeando las decoraciones, organizando los espectáculos, decidiendo los platillos a servir, confeccionando los disfraces de los niños y algunos hasta consultan con Lihuén los conjuros a practicar marcada la oportunidad - Todo es bullicio y alegría en la feria por la ocasión. No que yo estuviera muy interesada en las festividades de la temporada pero este año no sonaba tan mal improvisar alguna receta que impresionara a mis amigos. Quizás adornar un poco el remolque. Consultar a la Adivina sobre algún conjuro de protección, no estaría demás habiendo tanta superstición en cuanto a recibir la primavera mientras se está en estado delicado. Este año era diferente, lo sentía dentro de mí, y estaba dispuesta a participar en esta fiesta tan popular para contagiarme de su júbilo que tanta falta me hacía.
Titubeé un poco al levantarme pues estaba muy cansada pero estaba segura de que si dormía siquiera una siesta el espíritu de festejo que de pronto había brotado en mí desaparecería, así que tomé aliento y di marcha adelante a mi jornada. Una ducha, ropa limpia, maquillaje discreto y estaba lista para salir al mundo a buscar inspiración para decorar mi remolque. “Tiene que ser algo muy original, creativo y sin lugar a dudas único”, decidí. Cerré la puerta detrás de mí y por primera vez en mucho tiempo no tomé el camino por detrás de las pistas para evitar el mayor contacto humano posible, al contrario, hasta pausaba mi marcha para saludar a mis compañeros quienes me regresaban la cortesía con una sonrisa con tintes de confusión. Debo admitir que no fue fácil optar por el camino del positivismo con los malestares que sentía en el momento, y el hecho de que no hubiera dormido no ayudaba en nada a la causa, pero estaba decidida a ser parte de la celebración y con prisa emprendí camino hacia el pueblo donde seguramente encontraría algo de papel para hacer las lámparas y las decoraciones que tenía en mente.
Las miradas recelosas, los susurros, esta vez comenzaban a irritarme un poco - y es que la privación de sueño estaba empezando a causar estragos. No sé qué traían entre manos los pueblerinos ni por qué mi presencia les provocaba tanto. Bueno, tal vez no era sólo mi presencia sino la de cualquiera de mis compañeros en su comunidad. No quería saber, yo iba con la mejor disposición para ver el lado amable del día, tanto que ni siquiera volteaba a ver las tabernas por si en alguna me encontraba a Dalibor. Con marcha firme aunque algo aletargada por el cansancio conseguí lo que necesitaba del lugar y me encaminé hacia la feria para cumplir con mi propósito de prepararme para el equinoccio. “¿En serio les molesta tanto verme?”, no pude evitar pensar mientras regresaba a casa, “nunca les he hecho nada, no sé por qué me miran así.”
Al acercarme a la entrada del parque se volvía cada vez más notorio el olor a mantequilla de las palomitas de maíz. En realidad “notorio” es subestimar lo que mi pobre nariz percibía al llegar a la feria. ¡Era un hedor penetrante y nauseabundo aquel! No sabía si esperaban una jornada particularmente activa y por eso habían multiplicado la cantidad de golosinas para la vendimia pero eso para mí era una tortura. Atravesé lo más rápido que pude la distancia de la entrada al remolque en donde recordaba tener un par de limones guardados y que ahora me serían muy útiles para proteger mi olfato de tal peste. Mezclé un poco de cera de abejas caliente con el jugo de un limón y froté la mezcla ya fría sobre mi nariz y labios para disimular el olor, y guardé un pedazo de cáscara de la misma fruta para guardarla en mi bolsillo y sacarla en caso de que la cera se acabara demasiado rápido. “Probablemente sea el agotamiento pero creo que este día está poniendo a prueba mi paciencia”, reflexioné ni bien terminado mi remedio. Suspiré y decidí quedarme en mi refugio haciendo adornos hasta que hubiera que salir para el espectáculo de la noche.
- “¿No deberías estar ensayando, qué haces?”, preguntó el Arlequín al poner pie dentro del remolque.
- “Adornos para el equinoccio...y no, hoy presentaremos el mismo acto de siempre”, respondí con antipatía.
- “¿De dónde sacaste dinero para todo ese papel?...No importa, vine por mi ropa para ensayar. ¿Dejé aquí mi maquillaje?”, dijo Dalibor con prisa en la voz.
- “No, aquí sólo hay cosas que no necesitas”, comenté fríamente mientras seguía dándole forma al papel.
Después de un gesto de fastidio salió el Arlequín dejándome en mi mundo de mariposas, lámparas y flores de papel. Tal vez fui demasiado cínica pero lo que le dije era verdad. Las cosas que había dejado a mi cuidado no se habían movido en meses, como si hubiera escogido todo lo que no quería recuperar para hacer la ilusión de que él seguía ahí cuando no era así. No, lo importante y lo útil lo tenía en otro lado y hoy por un segundo olvidó dónde debía ir cada cosa...¿O quizás esté reconsiderando las cosas? No tenía idea. “¡Por Dios, voy a tener un hijo suyo! ¿Por qué no se lo dije? ¿Por qué lo que menos me importa es que sea de él? ¿Será que debo decirle o sería mejor si no se enterara? ¿Por qué dejó de amarme, qué hice mal? ¡¿Por qué yo no puedo dejar de amarlo?!”, gritaba en mi mente pero no moví un sólo músculo para que no se notara mi pesar.
Transcurrió en silencio el resto de la tarde dentro de mi remolque. Me tomé mi tiempo para arreglarme para la función como si mi vida dependiera de la perfección de las líneas en mi maquillaje. Las preguntas que me había hecho al salir el Arlequín seguían dando vueltas en mi cabeza más yo no reaccionaba a ninguna de ellas, como quien ve las llamas de un incendio y se queda hipnotizado por su luz sin darse cuenta del peligro que hay en ellas. Si había dejado de sentir no era lo peor, daba cierto alivio poder ver las cosas desde otro punto de vista - Aunque en realidad el mundo en matices de gris al que daba lugar mi carencia o negación de emociones era un lugar perturbador para mí después de haber vivido toda mi vida en una completa gama de colores como en las acuarelas de Layla. “Tal vez pase pronto”, pensaba, “y si no pasa por lo menos no sufro tanto aquí”.
Terminada la función regresé a mi refugio ahora cubierto de alegres motivos primaverales en papel pintado. Reconozco todos los colores pero por alguna razón no brillan tanto ahora como cuando los veía a través de los ojos de la Caricaturista. Me sentía mal, tenía náuseas, estaba exhausta. No podía esperar a prepararme para dormir. Quizás el día no fue tan malo, quizás sólo era el cansancio que no me ayudaba.
Cambié la túnica de escenario por una camisola y me dispuse a quitar el maquillaje de mi cara. La imagen en el espejo era borrosa, me sentía tan débil. Al fin lista para ir a la cama, como pude me levanté del banquillo para ir por fin a descansar pero algo llamó mi atención. Al voltear hacia donde estaba sentada y ver esa mancha se me heló la sangre. “No, no te vayas, yo quiero ser tu madre!”, susurré y salí corriendo a buscar a la Adivina. “¡Lihuén! ¡Lihuén, ayúdame, por favor! ¡Lihuén!”, gritaba con todos mis pulmones rumbo a aquel exótico remolque donde esperaba encontrar mi salvación.