“Si no te
gusta puedo preparar otra cosa”, me dijo Lihuén al ver mi apatía por comerme el
almuerzo que me había preparado. Yo regresé de mis pensamientos para devolverle
una sonrisa apenada y seguí comiendo. Otra tormenta, desesperación, caos...y
ahora calma, abrumador e insoportable silencio. Otra vez perdida, otra vez a
volver a empezar. No podía dejar de pensar en si ésta será la condición de mi
vida siempre, si será una maldición que debo romper, si será un acertijo que
debo resolver. La adivina me había preparado un almuerzo delicioso sin siquiera
pedirme que me levantara de la cama, estaba conmigo tratando de animarme pero
yo no podía sacudirme estas preguntas que resonaban tanto en mi cabeza como en
mi corazón. Quizás este último ya tenía las respuestas y el profundo dolor que
sentía se debía a que mi razón apenas estaba aceptando las cosas en vez de negándolas.
“Gracias por todo, Lihuén”, comenté con voz entrecortada y lágrimas en los
ojos. Ella descansó su cuchara en el plato para tomar mi mano con fuerza, yo
correspondí su gesto con mi mano y no pude evitar perderme en mis pensamientos
nuevamente. Terminamos la comida, me levanté de la mesa y después de lavar los
trastes sucios comencé a caminar sin rumbo fijo.
Mi cabeza
se había vuelto mi refugio desde aquel día en el hospicio. En ella repasaba
eventos pasados y les fabricaba nuevas conclusiones cuando los hechos eran
demasiado dolorosos. Platicaba con personas que ya no están en mi vida sobre lo
que había pasado desde que había dejado de verlas y les pedía su consejo, a
veces hasta podía escuchar sus voces respondiéndome, consolándome, guiándome.
Conversaba conmigo misma, aunque no siempre fui mi mejor compañía, me
presionaba demasiado para encontrar un nuevo plan, una nueva dirección, un
nuevo camino que sí condujera a alguna parte para variar. En los peores
momentos en mi mente sólo podía escuchar gritos míos, de gente conocida y de
voces que nunca había escuchado en mi vida, pero aún así vivir dentro de mi
cabeza era mejor que aventurarme al mundo en el que había encontrado tanto
sufrimiento. Para mis amigos me había vuelto aún más introvertida, sólo
compartía un par de frases con ellos en un día normal. Para los demás había
perdido completamente el habla, muchos aseguraban que me había vuelto loca y
que ni siquiera estaba consciente de lo que pasaba a mi alrededor. No era
cierto, siempre supe lo que pasaba en mi entorno, simplemente dejó de ser un
lugar al que me gustara regresar. Todo este tiempo me dediqué a tocar mis
tambores, a caminar, a vivir dentro de mi misma y a buscar algo por lo que
valiera la pena regresar al mundo.
Se dice que
todo pasa por una razón y quizás mi nuevo hábito de introversión me cayó del
cielo en estas circunstancias. El ser parte de la comunidad de la Feria me ha enseñado mucho
acerca de los prejuicios de la gente, particularmente la del pueblo, para
quienes somos el constante recordatorio de que existe una forma de vivir que no
encaja con lo “aceptable” según sus estándares y nos desprecian por eso, pero
últimamente mis caminatas por la “Tierra en blanco y negro”, como le llamamos
al pueblo en el parque, habían sido particularmente tediosas. Siempre había
sido blanco de los chismes de la “gente gris” pero ahora lo que se murmuraba
sobre mí atacaba directamente su rígido esquema de valores, cosa que no iban a
dejar pasar. Mi presencia en ese lugar era más que repudiada pues se decía que
yo había decido terminar mi embarazo porque el padre del bebé concebido fuera
de matrimonio que llevaba dentro de mí vivía en el pueblo y no se había dejado
sonsacar por mí para dejar a su mujer e irse a vivir conmigo y con su nuevo
hijo a la Feria. Como
si yo disfrutara tanto la compañía de la gente de ahí como para querer formar
una familia con uno de ellos. El hospicio fue atacado también con los dimes y
diretes de la gente. Afirmaban que el doctor que me había hecho el legrado
sacaba dinero de las mujeres en mi situación, que era corrupto y un criminal,
que no merecía tener contacto con niños porque seguramente les estaba enseñando
a vivir una vida retorcida como la de él y hasta colocaron una manta en la reja
del hospicio que decía “Asesino” con letras rojas. El acoso se volvió tan
insoportable que el doctor decidió marcharse un tiempo y dejó a una enfermera
en su lugar mientras se calmaban las cosas.
Por todo
esto es que mis amigos me aconsejaban que mis caminatas no pasaran de los
límites de la Feria
pues temían por mi seguridad, pero yo estaba inmersa en un trance emocional en
el que no me molestaba en lo absoluto lo que se dijera en el pueblo de mí, al
contrario, me intrigaba la reacción de la gente. Me preguntaba cómo era que
podían llegar a odiar tanto a alguien que no conocían por situaciones que les
eran completamente ajenas. Y ciertamente también me preguntaba quién era a
quien yo se supone quería sonsacar para que fuera a vivir conmigo en el parque.
El bebé era de Dalibor y él era un artista de la Feria igual que yo. Tenían
razón en eso de que lo habíamos concebido fuera de matrimonio, pero la mayoría
de las familias de donde yo vengo son así y no se había armado tanto alboroto. No
tenía idea a quién se referían y hasta cierto punto me provocaba algo de
curiosidad. Tampoco sabía cómo fue que se enteraron de que esperaba un hijo, no
era como si se me notara el vientre aún, pero supuse que alguien de la Feria habría hecho algún
comentario cerca de algún pueblerino morboso. Todo el asunto me parecía
entretenido y a la vez ajeno, como si se tratara de una novela de misterio y no
de mi propia vida, y es que de esa manera había estado viendo el mundo hasta el
momento, como si yo no participara en él, completamente externo a mí.
En la Feria las cosas no iban
bien. El dueño había decidido no invertir en nuevos números debido a que la
gente del pueblo ya no frecuentaba tanto el parque debido al escándalo que yo
había provocado sin querer. Sólo se aparecían algunos de los clientes
frecuentes, uno que otro cliente nuevo con niños increíblemente insistentes en
querer subirse a los juegos mecánicos, los jóvenes que aprovechaban los
descuentos en los juegos de destreza para ganar regalos para sus novias, gente
que llegaba a escondidas con urgencia de consultar a Lihuén para ver qué le
deparaba su futuro, no más. Los espectáculos se habían reducido a un show cada
tercer día, lo que me daba mucho tiempo libre para vagar por ahí haciendo
conjeturas sobre el comportamiento de la gente, pero también más tiempo para
cuestionar mi relación –si es que podía seguir llamándola así- con el Arlequín.
Cada vez lo veía menos, se iba días enteros a buscar otro empleo bajo el
pretexto de que la situación financiera de la Feria iba en decadencia. Yo prefería no
profundizar mucho en el tema, todo lo veía ajeno a mí y esto no era la
excepción. Tal vez si hubiera hecho más preguntas o si hubiera traspasado esa
pared de insana indiferencia tan sólo un instante dejándome empapar de realidad
hubiera visto la verdad. Esa verdad que describimos como tan elusiva pero que
sinceramente siempre está frente a nuestras narices, sólo que nos negamos a
afrontarla. Yo quería seguir sintiéndome ajena al mundo, quería evitar a toda
costa el sentimiento de culpa que invariablemente llegaría al darme cuenta de
que todos mis amigos y toda la comunidad de la Feria estaban sufriendo por mi culpa aunque yo no
lo hubiera querido así. No, yo no quería ser la mala del cuento.
Durante
otro de mis diálogos internos fue que llegué al mercado del pueblo, creo que ni
siquiera tenía previsto ir a ese lugar pero quería comprar algo para Lihuén en
agradecimiento por su cariño y su apoyo en todos mis momentos más difíciles. Ni
bien crucé el umbral de la puerta todos los pueblerinos ahí presentes guardaron
silencio, cosa que me distrajo de mi conversación conmigo misma. Sin decir
palabra bajé la mirada y me disponía a regresar a mi plática mental cuando vi una
cara familiar en aquel mercado. Una cara familiar en una situación totalmente
extraña. Era Dalibor tomado de la mano de la hija del alcalde del pueblo
comprando víveres. Ella cargaba con su brazo libre a un niño pequeño de piel
morena como ella y con ojos de color gris-azul. En ese momento entendí lo que
había estado pasando en todo ese tiempo. Sentí que el color se me iba del
semblante. Fue un momento apabullante, como si la realidad me aplastara al caer
sobre mí tan rápidamente. La pareja volteó hacia la puerta para averiguar qué
era lo que veían los demás y notaron mi presencia ahí, inmóvil, sin poder
apartar mi vista de ellos. Ella puso al niño en los brazos del Arlequín y
caminó hacia mí.
-
“Buenos
días. Mi nombre es Damia, supongo que tú eres Fénix”, me dijo de manera
cortante.
-
“Soy
Fénix”, respondí suavemente.
-
“Mira…Fénix…creo
que ya es tiempo de que dejes a mi marido en paz, ya hemos tenido suficiente.
Por lo visto no entiendes que somos un matrimonio feliz o ya hubieras dejado de
molestarlo hace mucho”, exclamó.
-
“Creo
que no comprendo lo que dices”, le contesté después de ver cómo él se alejaba
con el niño hacia los puestos del fondo del mercado.
-
“¡Pues
sí, mujer, que ya no lo estés buscando a cada rato por aquí ni andes de
ofrecida con él, que ya está cansado de que le ruegues!”, dijo con molestia en
su voz.
-
“Pero
si yo no le ruego a pesar de que rara vez llega a dormir a nuestra casa ya”, le
comenté extrañada.
-
“¿Nuestra
casa? No cabe duda de que estás más loca de lo que te describió mi marido. Llevamos
dos años de matrimonio, él vive conmigo y sólo sale de casa cuando necesita
viajar por su trabajo, ese niño que trae en brazos es nuestro”, argumentó
moviendo la cabeza con incredulidad.
-
“¿Dos
años? ¡Pero si es mi pareja desde hace cinco, a todos los trabajadores de la Feria , que es donde trabaja
como arlequín, les consta!”, le contesté alterada.
-
“¡¿Arlequín?!
¿De dónde sacas eso? Nosotros tenemos un viñedo, él vende nuestro vino a los
pueblos de los alrededores, por eso viaja tanto. Y no me importa lo que tú y
los demás fenómenos de esa Feria tengan que decir, de igual forma ya estoy
harta de ustedes. Propondré que ya no los dejen entrar a este pueblo” exclamó
con prepotencia y comenzó a dirigirse a donde estaba Dalibor.
Yo me quedé
petrificada unos instantes en el mismo sitio y cuando pude recuperarme de la
sorpresa inicial los alcancé en los puestos del fondo del mercado.
-
“Dalibor”,
me dirigí al Arlequín con tristeza pero él sólo volteó a verme y me dio la
espalda.
-
“Ignórala,
está loca, no entiende razones”, le dijo Damia.
-
“Habla
conmigo, Dalibor. Sólo quiero saber por qué lo hiciste”, me seguí dirigiendo
hacia él sin conseguir que me mirara siquiera.
Emprendí el
camino de regreso a la Feria
con más pesadez que ganas de llegar. No podía creer que había pasado esto y a
la vez sentía algo de alivio por saber a ciencia cierta lo que debía pensar
respecto a mi “relación” con el Arlequín. Me dolía mucho la manera en que me
engañó, no había ninguna necesidad. ¿Por qué inventar que yo lo acosaba, que no
lo dejaba en paz, por qué no simplemente decirme que ya no me quería y que se
marchaba, qué ganó con tenerme de lado? ¿Por qué Damia, por su dinero, porque
quería un hijo y ella sí quiso dárselo, porque es la hija del alcalde? Era una mujer de belleza
muy extraña, de baja estatura, piel morena y cabello crespo, y especialmente conocida
por su prepotencia. Ahora entiendo por
qué no quería que naciera mi hijo, no tenía contemplado que yo me decidiera a
tenerlo aunque hubiera sido concebido por accidente…y él ya tenía uno.
Me
recosté en un pequeño prado casi al llegar a la Feria pues sentía que me
fallaban las piernas. No quería llegar a casa, no quería llegar sabiendo que
Dalibor no regresaría. No quería ver las pocas cosas que había dejado
abandonadas en el remolque con la intención de hacerme creer que quería estar
conmigo. Quería que el mundo se detuviera en lo que ordenaba mis sentimientos
pero seguía moviéndose, atropellándome a su paso. Quería morir, desaparecer.
No. Quería a mi Arlequín a mi lado y él había decidido salir de mi vida de la
peor manera.
A: Me da muchísima felicidad leer tus palabras de nueva cuenta, además me recuerdas como las letras son medicina para el corazón, y por si fuera poco me motivas a tomar de nuevo la iniciativa de escribir. Sé lo doloroso que suele ser, y aprecio muchísimo leerte, y que "literalmente" el Fénix se levanta de sus cenizas. Gracias A.
ResponderBorrarMuchas gracias por tus palabras, Lalo. Me alegra mucho que te inspire a escribir. Como dices, las letras son medicina para el corazón y aunque duela plasmarlas en papel o en una pantalla, son el mejor testigo de nuestra propia historia, son nuestras cómplices a la hora de contar nuestras alegrías y nuestros pesares, pero sobre todo, son una extensión de nosotros mismos.
ResponderBorrarNuestras palabras son nuestro legado, lo que nuestros seres queridos van a recordar de nosotros cuando tengamos que partir hacia nuevos escenarios. Ya sea que las hables, las cantes, o las escribas, no dejes de hacer llegar tus palabras a quien tú quieras que las escuche.
Te agradezco mucho tu comentario. Te mando un abrazo muy grande.