¿Por qué me siento así?
¿Por qué si fui yo la víctima de un engaño tan terrible siento tanta vergüenza?
Debí haberme dado cuenta. Debí escuchar a mi corazón cuando me gritaba en su
agonía y yo me negaba a quitar la venda de mis ojos…o quizás era hora de aceptar
que había visto este final acechándome tiempo atrás pero era demasiado doloroso
reconocerlo. No sé cuánto tiempo del trance en el que he estado sumergida últimamente he dedicado a fabricar escenas de
esta ruptura, de cómo me sentiría, de todo lo que implicaría arrancar al
Arlequín de mi vida, y de lo que sería vivir sin él… después de él. Siempre
tuve miedo de terminar la escena, cada vez que lo intentaba me sobrecogía una
inquietante mezcla de dolor, rabia e incertidumbre que me sacaba de mis pensamientos
para regresarme a una realidad de la que Dalibor se desvanecía. A decir verdad,
la totalidad de mi ser y de mi sentir estaban cubiertos por una niebla espesa
de duda que me hacía difícil el respirar. Cometí el gravísimo error de embelesar
mi pasado, construir mi presente y esbozar mi futuro alrededor de él. Ahora que
se derrumban todos los planes, que se revelan todas las mentiras y que duelen
todos los recuerdos, me encuentro completamente sin rumbo. Vacía. Peor que en
el principio. Con las alas rotas y el corazón hecho trizas.
Me costó mucho levantarme de aquel prado que me había visto llorar hasta que me ardieron los
ojos y se me nubló la vista, es increíble cuánto pesa la soledad. El hecho de
dirigirme al lugar que más me hablaba de él tampoco me hacía el camino más
corto, a veces parecía que no avanzaba en absoluto a pesar de dar un paso tras
otro lenta pero consistentemente. Durante la caminata me sorprendí a mi misma
fantaseando que llegaría a La
Feria y él me iba a estar esperando allí para decirme que
todo había sido un error y que quería estar conmigo, o que lo encontraría en mi
remolque con otra rosa roja en la mano pidiéndome perdón, pero luego recordaba
la cobardía con la que se había comportado durante el encuentro con Damia y se
esfumaba toda esperanza de enmienda de sus actos. También me enfurecí conmigo
misma por imaginar estas cosas. “¡¿Cómo es posible que estés pensando en
perdonarlo si te hizo tanto daño?!...Ni siquiera hizo nada por quedarse
contigo, se fue con ella…¿Es mi culpa, pude haber hecho algo diferente para que
no se fuera?...¡Al diablo, le diste todo lo que eres y no le importó,
malagradecido!...Siquiera ya no tienes que esperarlo y preocuparte por él todas
las noches…¡Lo extraño tanto!...¿Y ahora qué ese supone que debo hacer con mi
vida si estúpidamente se la regalé?”, me abrumaban los pensamientos que daban
vueltas en mi cabeza.
La música festiva y las
caras sonrientes de los payasos dibujadas en las mantas a la entrada de La Feria se sentían como una
cruel burla al dolor que me carcomía por dentro. El olor a frituras y golosinas
tan familiar para mí evocaba mil recuerdos de tiempos mejores, de cuando llegué
aquí, de cuando me ilusionaba maquillarme y salir al escenario a dejar el alma
en mi música, de cuando conocí a Lihuén, de cuando la sola mirada de Layla me
robaba el aliento, y de cuando me enamoré de Dalibor. Es sorprendente lo mucho
que influye nuestro sentir en cómo vemos la realidad. Todo parecía diferente
ahora a pesar de ser exactamente el mismo trayecto de la entrada de la Feria a mi remolque. Cada paso dolía, cada recuerdo laceraba más mi
corazón. Me detuve un momento frente al expendio de golosinas ante la visión de
una manzana acaramelada como aquéllas que nos acercaron por primera vez, cuando
el Arlequín era nuevo aquí, cuando los espejos de mi amado Laberinto de Cristal
guardaban el secreto de mi atracción por él, cuando sin saber las consecuencias
mordí el fruto prohibido de un amor caprichoso y embustero.
-
“¡Pero qué diablos, Fénix, te he estado buscando por
todas partes!”, exclamó Lihuén cuando me vio hipnotizada frente a los dulces.
-
“Salí a caminar”, le respondí con un débil murmullo y
volví a apretar la mandíbula.
-
“Vamos por un poco de té”, dijo la adivina con expresión de
preocupación mientras me tomaba del brazo para dirigirnos a su remolque.
En cuanto nos sentamos
Lihuén y yo a la mesa en su remolque y sin que ella me dijera una sola palabra
comencé a platicarle lo que había sucedido. Para mi sorpresa mi voz no se cortó
una sola vez, era como si estuviera narrando algo ajeno a mí. Me sentía
calmada, casi entumecida, quizás estaba exhausta de todas las emociones que
había sentido a lo largo del día. Ella me tomó de la mano mientras yo hablaba,
noté que sus ojos se tiñeron de rojo en más de una ocasión, apretaba los
labios, despejaba su garganta, pero no dijo absolutamente nada. Pensé que
gritaría, que lanzaría cosas a través de la habitación, que reaccionaría como
creía que iba a reaccionar yo si confirmaba mis sospechas pero no, nos quedamos
en silencio no sé cuánto tiempo, suspiró, tomó aliento y dijo: “No es justo”. Fue
lo único que escuché de mi amiga al respecto, ningún “Te lo dije”, ningún
“Estarás mejor sin él”, ningún “Él se lo pierde”, ninguna de esas frases que
tanto se repiten en estos casos y que lejos de ayudar clavan más la daga en la
herida.
Después de la plática
con Lihuén por fin llegué a mi remolque. Tomé un mantel viejo y lo extendí
sobre la cama. Sobre él coloqué todas y cada una de las cosas de Dalibor que
encontré en la habitación, las envolví en él y arrojé el bulto al rincón en donde
alguna vez hubo un baúl con su ropa que no me había dado cuenta que faltaba. “¿Desde
hace cuánto que se fue y yo no quería darme cuenta?”, pensé. Me invadió el
llanto y me recosté en la cama hasta que me quedé dormida. Cuando desperté el
bullicio normal de la Feria
había terminado, las luces se habían apagado y la madrugada traía consigo un
aire de paz que no había encontrado en todo el día. Me levanté de la cama y salí
a tomar aire fresco. Me senté en la entrada de mi remolque para contemplar el
Laberinto de Cristal, que aunque estaba cerrado y a oscuras me hacía sentir
tranquila al saber que a pesar de todo lo que había pasado mi atracción
favorita, en cuyos corredores había guardado tantos de mis secretos, seguía
ahí.
La brisa de la
madrugada se tornaba fría y decidí que era mejor regresar al interior del
remolque pero al ponerme en pie una pequeña luz llamó mi atención. De pronto el
olor a tabaco se hizo distintivo en el aire. Una silueta se escondía entre las
sombras y mi curiosidad por saber quién era me obligó a acercarme.
-
“Fumaría dentro de mi tienda pero sabes lo peligroso
que es tener llama viva cerca de la pintura”, dijo Layla en tono bromista.
-
“Layla…hacía mucho que no te veía”, respondí
sorprendida.
-
“¿Otra noche de sueño esquivo?”, preguntó un tanto
cortante pero ofreciéndome un cigarro de manera amistosa.
-
“Sí, la última”, le contesté mientras encendía mi
cigarrillo, esta vez sí se cortó mi voz y no pude decir más.
La caricaturista me
miró conmovida y me envolvió en sus brazos. Yo no pude evitar sentirme abrumada
por tantos sentimientos a la vez. Arrepentimiento, culpa, dolor, desesperación,
vacío, incertidumbre, miedo, rabia…pero con ella también paz, aceptación,
comprensión…¿Amor? Pero qué sé yo de amor si lo único que he hecho es herir y
salir lastimada. Lo cierto es que me hizo sentir bienvenida, como si hubiera
regresado a casa después de una larga y dolorosa cruzada.
Muy lindo leerte de nuevo, en este , el jueves más melancólico de la historia. Lerrte es como cuando algo te sabe a un sabor de cuando eras niño, esa sensación agridulce de pensar en las cosas pasadas y que al final del día se vuelven amargas.
ResponderBorrarGracias por regresar a la Feria, LM. Creo que justo de ese sentimiento de melancolía es que está empapado este post, de cuando los recuerdos felices nos arrancan más lágrimas que sonrisas. Espero que hayas disfrutado tu recorrido.
ResponderBorrarVuelve. Vuelve, por favor. Se te necesita. No has muerto?
ResponderBorrar¡Hola, Anónimo! Gracias por recorrer la Feria y por tu comentario. No he muerto, ya hay un nuevo post disponible - Nuevos Trazos, espero te guste.
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